Werner Herzog, o lo que es lo mismo, el hiperrealismo coñazo, se sirve de este remake para asesinar al Drácula de Stoker. La agonía del no-muerto, ¡el deseo carnal! Todo ha pasado por el filtro del cinéma vérité. La bestia inhumana no es más que un calvo de tez pálida cualquiera, que camina como un gilipollas luciendo chepa. Esto no dista mucho del Nosferatu de Murnau, pero éste despertó pasiones y horrores valiéndose del mejor expresionismo alemán. Herzog es la antítesis: duerme.
Duerme porque prefiere filmar paisajes hasta la saciedad, extraer ¿el qué? de un maldito matojo, marginar a los personajes en pro de la obsesión estética de un realizador perturbado incapaz de discernir entre cine y documental. Abastecido de medios para lograr algo "épico", el National Geographic se ajusta más a las ambiciones del tito Herzog.
Sí, el National Geographic, porque más allá de ello hay una desgana tremebunda, que hace del heroico Van Helsing un jubilado agonizante, que convierte a los vampiros en enfermos terminales. No hay anhelo, sufrimiento, sangre, muerte. Es pasajero que Klaus Kinski hable de la crueldad del no-morir si Herzog no lo intenta hacer verosímil. Prefiere despilfarrar el metraje jugando al escondite con la cámara, por el castillo del conde.
Innegable es, eso sí, que la vertiente estética es un logro, al igual que la acojonante caracterización de Kinski. Pero esta reconcepción del mito (cosa que se valora) cuenta con más errores que aciertos y, éstos últimos, no dejan de ser detalles anecdóticos lastrados por la filosofía del sopor de Werner Herzog.
Videadla bajo simple expectativa de curiosidad. Es irregular, no tiene alma, pero no está mal dirigida, ¡no es un bodrio ni mucho menos! y hará las delicias de los fans de James Benning.
Puntuación: 4 (sobre 10).